Cuando una vive en pareja, ya sea en la herejía del concubinato o en santo matrimonio, las miserias humanas afloran y lo que antes nos parecía pintoresco ahora nos saca de quicio. La toalla mojada en el piso, los pies sobre una silla o la tabla del baño son desencadenantes de grandes discusiones que sólo demuestran que las mujeres gritamos mucho y que los hombres se ofenden fácil. Pero estos encontronasos son comunes, normales, y hasta me arriesgaría a decir que son sanos en una convivencia. Generalmente gracias a esos enojos nosotras logramos que ellos pasen una escoba y ellos que no nos enojemos cuando nos preguntan si "no nos molesta que jueguen una copa FIFA del mundo con eliminatorias incluidas en la play". Finalmente todos salimos ganando.
También tiene sus ventajas, claro está, sino nos quedaríamos noviando eternamente. Compartir el desayuno y andar a los arrumacos sin pensar en horarios de partida, entre otras cosas.
Ahora bien, cuando uno tiene hijos la cotidianeidad cambia. Ya sean propios (de la pareja) o de alguno de los dos (como es mi caso). La imagen de los tortolitos tomando sopa con vino a la luz de las velas* desaparece de escena y el romanticismo se diluye entre libritos de dinosaurios, ibupirac a las 4 de la mañana y remiendo de pantalones con agujeros en la rodilla. Entonces hay que encontrarle la vuelta para que la cosa no se venga a pique. Buscar el romance en las cosas pequeñas de todos los días.
Ayer, mientras cortaba los churrascos y lavaba los rabanitos, mi concubito ayudaba a mi hijo a bañarse. Paré la oreja todo lo que pude y lo escuché, hablándole con ternura y con paciencia. Con toda la dedicación del mundo escuchaba sus preguntas y respondía con cariño y dulzura. Hablaron sobre los dinosaurios, sobre la clase de judo y no sé qué más. Cuando terminaron con la tarea del baño se fueron juntos a su habitación, a esperar a que esté la comida leyendo un libro en pijama.
En ese momento me enamoré un poquito más.
(*) Si alguien conoce al creativo publicitario que ideó la propaganda de los calditos para sopa que se toman con vino, díganle de mi parte que apesta.
esas pequeñas cosas
miércoles, 6 de mayo de 2009Etiquetas: analisis de la vida I, el gurrumín, la vida real, mi vida de cubita
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7 comentarios:
Suelo prestarle bastante atención a estas pequeñas cosas que nombrás. porque son las que nos nutren, las que hacen que elijamos cada día a la persona que tenemos al lado. Por eso me emocioné leyendo tu relato, porque Valen todavía no hace preguntas, pero sí lo baña Pablo, sí se hablan en un idioma raro, de esos que se hablan solamente cuando hay mucho amor de por medio.
bué, qué boluda soy, jaja, no se bien qué entenderás de este comentario, pero sabé que al menos a mí me causaste emoción. (porque también siento que a veces la cosa se viene a pique por la falta de tiempo desde que somos 3..)
hola que lindo tu blog, voy a pasar mas seguido
Ella, es un halago para mi que te emociones! Y no te preocupes que la llegada de un hijo si bien revoluciona, no tiene por que ser motivo de conflicto con tu pareja... Hay que buscarle la vuelta!
Der Mond, bienvenida! Paso por el tuyo!
hermosa forma de describir esa cosa cotidiana y pequeña que a veces, nos enamora mucho mas!
Lindo, lo que te paso. Lindo que tu cubito se ocupe con amor de tu hijo. LINDO LINDO!
Dani, muchas gracias!
Cory, muy lindo. :)
de acuerdo 100%
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